Limitarnos a contar la historia del Castillo de San Felipe de Barajas, sería limitar nuestra imaginación y no permitirnos trascender y penetrar en las entrañas mismas de esta realidad eterna. Si, “El Caballero de piedra” es una realidad eterna, una obra perpetua que no descansa, que no sucumbe ante el tiempo, es ese que en su momento doblegó y sometió la fuerza del enemigo, es ese mismo que aún hoy se yergue con hidalguía, vigilando nuestro presente y advirtiéndonos sobre el futuro. Está vivo y al recorrerlo, podemos dialogar con él y escuchar cómo con susurros nos cuenta sus fantásticas historias, permitiéndonos vivir el pasado en el presente.
Esta formidable obra muestra la grandeza de la ingeniería militar española. Fue construida sobre el cerro de San Lázaro, el cual dominaba a la ciudad, y por lo tanto se convertía en un gran peligro si era tomado por el enemigo. Se aprueba su construcción en 1647, aunque la obra se inicia en 1657. Fueron muchos los ingenieros y gobernantes que participaron en ella a lo largo de más de un siglo; es necesario destacar al Ingeniero militar Don Antonio de Arévalo, quien a mediados del S XVIII, lo convirtió en una de las más importantes e ingeniosas obras que realizó España en América. Pero si fue valeroso ante el enemigo, el abandono al que fue sometido a finales del S. XIX, lo disminuyeron de tal manera que casi pierde la batalla ante la acción depredadora del hombre, que como parásito silencioso, lo fue carcomiendo sin clemencia, pero para fortuna de la ciudad y de la humanidad, en 1928 la Sociedad de Mejoras Públicas de Cartagena, inicia su recuperación y restauración. Cabe destacar la importante labor realizada por Don Carlos Crismatt Esquivia, quien trabajó durante años en él, devolviéndole su esplendor.
Los 85 años de recuperación, vigilancia, cuidado y mantenimiento permanente que ejerce la Sociedad de Mejoras Públicas, no han sido en vano, gracias a ese esfuerzo, hoy podemos sentir el aliento del pasado y disfrutar de este paraíso histórico.
Les doy una recomendación: cuando llueva, acérquense al Castillo de San Felipe de Barajas, el color de su piel de piedra se torna más bronceada y su alfombra verde brilla de felicidad.
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