Cartagena, durante la segunda mitad del siglo XX, logra abrirse nuevos caminos en el campo artístico, sacudiéndose y levantándose de la modorra que la mantuvo dormida y aferrada a la añoranza de glorias pasadas. Es en este período cuando aparecen nombres de grandes artistas que labran y forjan historia, mostrándonos nuevas visiones de la estética. Fueron muchos los artistas de esta generación que arremetieron con fuerza, en la búsqueda de su propio estilo, pero en esta ocasión me referiré a dos grandes figuras destacadas, que por fortuna los tenemos en Cartagena, y que además no tienen la dificultad del artista no entendido por su pareja, son ellos, Alfredo Guerrero y Cecilia Delgado. No los veo solo como artistas, los veo como mis amigos artistas, por lo tanto mi percepción es literalmente “personal e intransferible”; son seres humanos llenos de profundos sentimientos y una alegría permanente por la vida. Cecilia lo dice todo, no calla, es energía y vitalidad pura, Alfredo es pausado, ecuánime, prudente, sus obras nos hablan de un hombre profundo y espiritual. La obra de Alfredo vive con él, con su espacio y su modelo, encerrado en su mundo, en su deseo insaciable y casi obsesivo por la perfección. Así como cada pincelada forma parte del cuadro, así él forma parte de ese resultado, pues él es, en si mismo, forma, tiempo y espacio de la obra. Su aliento se mantiene latente en cada trazo, y así no solo nos regala el color y la forma, sino su alma. Cuando apreciamos un cuadro de Alfredo, asombra su precisión y pulcritud, así es su estudio y su paleta. Jamás había tenido la fortuna de conocer un sinónimo vivo y humano de limpieza, cuidado y pulcritud, ese sinónimo es Alfredo Guerrero.
La obra de Cecilia nos hace escuchar el silencio de los espacios de casas llenas de recuerdos, casi podemos percibir el olor a humedad y polvo, su obra nos mira de frente y nos invita a entrar a espacios llenos de luz; es sorprendente cómo podemos percibir detrás de los muros que ella pinta, movimientos, voces e historias cotidianas. Si, dentro de esos espacios siempre pasa algo, y no es otra cosa que el espíritu vivo que Cecilia deja dentro de cada cuadro. Estos dos artistas tal vez no lo saben, pero estoy convencida, que están cumpliendo con un deber divino y que por diferentes senderos, llegarán al camino de la inmortalidad, y eso solo se cumple cuando se logra transmitir en algo tangible y concreto, lo más sublime de la existencia humana: el alma.
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