200 años de historia corrían presurosos al sentirse arrastrados, desnudos y fríos. Las sombras de la noche se despertaron al sentir la epidermis del papel y el fuerte rugir de la madera abriéndole camino a la corriente. Dos grandes ojos negros lloraban, eran los de Anselmo, quien apretando los puños sentía cómo su alma se quebraba de impotencia. “!Lo sabía, lo sabía! El día y la noche me lo anunciaron”. Se agachó lentamente, su ropa pesaba cargada de agua, levantó la fotografía de 1865, la miró fijamente, pero ella sin permiso se esfumó. Anselmo no lo podía entender, ¿por qué la historia se esconde y huye de la mano del agua? “¡Agua, maldita, no te lleves nuestra historia! ¡No tienes derecho! ¿Cuántos años te guardé? ¿Cuántas horas te dediqué? Eres desleal, historia, me abandonas sin pudor, te marchas sin avisarme”. Historia lo mira en medio de la penumbra y le dice: “No me quiero ir, sé que me amas y sé que me necesitas, sé que tus raíces yo las guardo, pero me lleva, el agua me lleva y no puedo hacer nada, ustedes no hicieron nada!” El fin comenzó, las sombras atraparon y amarraron el espíritu de Anselmo y en complicidad con el agua, huyeron juntos, llevándose las imágenes de la historia. La conciencia de Anselmo le repetía: “Gastarás la memoria tratando de retener los recuerdos, pero ya no es posible, se fueron para no volver”. El viento de la noche trajo los gritos, lamentos y angustia popular, cuando vieron impotentes que su historia se marchó, de la mano de un caudal.
Se podía oler la angustia de Anselmo. El silencio lo despertó de sus pensamientos y escuchó su fuerte voz cuando le dijo: “Levántate y no llores, tu error ha sido grande, has hecho las cosas al revés, busca primero la conciencia en la oscuridad de los corazones de los hombres y después, podrás guardar la historia”. Anselmo temblando de frío y de dolor, quedó sentado en un charco de agua, rodeado de papel desecho, convencido ya, que no se puede buscar lo que no existe. “Nuestra historia se marchó, los poderosos no tienen conciencia, solo no puedo luchar, estoy cansado, ¡no puedo más!”. Los Dioses lo miraron con compasión y clavaron en él una daga de esperanza, ésta anidó en su garganta y apretando fuertemente el deseo, gritó:"¡La historia quiere vivir!”.
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