viernes, 25 de junio de 2010

LAS HORAS SE CUENTAN EN LA PIEL DE LA CIUDAD

“El silencio me llama a gritos, con sus pasos flacos y lánguidos, me lleva hasta el rincón oscuro del patio de la ciudad. Aquí los fantasmas viven libres, alimentando la memoria de los vivos. Se puede sentir el olor a limón, a tajadas maduras y sofrito recién hecho. En mi cuello explotan vapores y sudores, de repente entra en mí una refrescante bocanada de aire y en medio de un suave viento vuelan los deseos de una ciudad libre de la mezquindad del hombre. Por segundos creí que sería realidad. Mi mente era un torbellino. ¡Cartagena libre de verdad! ¡Ésta es la verdadera independencia, esto si lo debemos celebrar! Cartagena de Indias, limpia, organizada, todos cumpliendo con nuestras obligaciones, no hay invasiones, no hay informalidad, todo es legal, existe respeto por las normas.... arrastré la esperanza hasta la siguiente curva del camino, pero la realidad tomó mi mano...”
En Cartagena la realidad urbana no ha sido muy diferente al del resto de las ciudades colombianas, las cuales han crecido bajo un proceso acelerado, que no les ha permitido adoptar un orden racional; uno de estos elementos es el de las constantes migraciones causadas por los diferentes actores de nuestra historia, que lo único que finalmente han logrado es convertir la pobreza y el despojo rural en pobreza y desconcierto urbano, lo cual nos da como resultado hoy, una ciudad desprovista de orden, donde nacen y cabalgan a gran velocidad, núcleos humanos espontáneos sin ningún tipo de control. Así podemos ver cómo se entremezclan de manera espontánea y desordenada asentamientos nuevos y viejos, creando grandes cinturones de miseria que miran desde sus límites la verticalidad de una ciudad que con otra cara se enfrenta al exterior, porque Cartagena recibe otro tipo de inmigración: aquella con capacidad económica para revitalizar nuestro centro histórico, reforzar el sector industrial y turístico. Esto convierte a la ciudad en un gran buffet donde el que puede acercarse a la mesa, podrá saborear suculentos platos, o simplemente recoger las migajas que caen. Es por esto que debemos entender que jamás el urbanismo podrá desligarse de la cultura, la economía, la política y la ética; son estos elementos básicos para crear una sociedad, los cuales deben ser manejados por profesionales idóneos, cargados de sabiduría, pues son ellos los únicos que finalmente serán la conciencia de las ciudades. El arquitecto está obligado a ser dueño de una visión creadora y organizadora, debe ser capaz de ver en el vacío y al mismo tiempo poder dar continuidad a una construcción que evoluciona con el paso del tiempo, sin obviar la profundidad histórica que el contexto abarca. Es el arquitecto el responsable de dibujar en la piel de la ciudad sus horas vividas, sin manchones, sin borrones, con una pulcritud autónoma, sin copias de modelos foráneos que se desmoronen con el primer soplo de desarrollo. Es por esto, que el arquitecto debe ser primero urbanista, para después poder acercarse a la creación de las formas internas de la ciudad. En arquitectura se estructuran espacios y volúmenes, en urbanismo se estructura a la sociedad, con la ocupación y usos del suelo. Ambos deben estar en completa comunión y lograr un óptimo equilibrio y armonía, pues la composición ordenada es la esencia de la vida misma y de ella se ha de partir para la creación, desarrollo y continuidad de las ciudades.

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